Autor: Germán Rene Jimenez
“Las flores cambiaron mi vida”: Testimonio de mujer
Al comenzar el día, alrededor de las 4 y 30 de la mañana, Isabel, conocida cariñosamente como Chavelita por sus amigas más cercanas, se levanta siempre dando gracias a Dios por todas las bendiciones recibidas.
Media hora más tarde, tras haber preparado el almuerzo para su esposo y su hija menor, Isabel se arregla y sale a esperar el bus de la empresa que, a dos cuadras de su hogar, la lleva al cultivo de flores colombianas donde ha trabajado durante 38 años.
Al salir y cerrar la puerta de su casa, que compró junto con su marido, quien labora desde hace 33 años en el área de seguridad del mismo cultivo a donde ella se dirige, siempre recuerda lo que le ha costado llegar hasta aquí.
Aún está oscuro en Márquez, una de las 30 veredas del municipio de la Calera en Cundinamarca donde vive y, ya sentada en el bus de la empresa, se dirige a San Gabriel. Esta es una vereda cercana, del municipio de Sopó, en la Sabana de Bogotá, y es un lugar a 20 minutos en donde se ubica la finca en la que se desempeña como operaria.
Isabel, como todos los días, repasa en su cabeza el trabajo que desde las 6 de la mañana hasta las 2 y 30 de la tarde realizará. También se prepara porque hoy, luego de llegar a casa, recibirá una llamada para hablar de la mujer y de las flores.
Isabel Beatriz León Aguilera, nació el 20 de febrero de 1967 en un hogar muy humilde de Gachalá, Cundinamarca. Sus padres se dedicaban a esquilar lana y transformarla en cobijas o ruanas.
Fue una las menores de un total de catorce hermanos, ocho hombres y seis mujeres, a los que, como ella misma lo dice, “No me avergüenza, nos alimentaban solo con arroz y papa. Mi mamá cocinaba la sangre regalada por un vecino que mataba vaquitas. La hacia con cebolla y la escurría. Esa era la carne que comíamos”.
Nunca siente pena de decir que ella y sus hermanos vivieron en la pobreza. Pero se enorgullece al mencionar que gracias a las flores ayudó económicamente a sus padres, les dio una vejez digna, y hoy su familia tiene “… dos casas, una en la que vivimos de tres habitaciones y otra que arrendamos, un carro vinotinto para salir a pasear y, lo más importante, tres hijas profesionales que siempre le agradecen a mi trabajo en las flores el haber logrado llegar a donde están”.
“Con la mano en el corazón, con toda la sinceridad, las flores cambiaron mi vida. No solo por la seguridad económica, sino porque también me han enseñado a relacionarme con mi pareja, a dialogar con mis hijas y a ser una mejor persona, pero eso se lo cuento más adelante”, asegura sonriendo Isabel.
(El contenido de esta columna representa la opinión del autor, no la posición de ASB RADIO).
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