Autor: Mauricio Delgado
La Revolución
Ellos hubieran querido entrar como lo hicieron Zapata y Villa por el Paseo de la Reforma en la capital mexicana el 6 de diciembre de 1914, o como Castro y sus secuaces lo plasmaron aquel primero de enero de 1959 en La Habana. Los primeros sobre sus caballos, con sus sombreros charros, con sus fusiles y cananas terciadas sobre sus torsos, similar a Fidel y sus matones, quienes tomados de gancho marcharon ´victoriosos´ por las calles de la ´capital provisional de Cuba’ -como denominó el jefe subversivo a La Habana-, con sus gorras de guerra y sus fusiles al aire, en ambos casos con una criminal demostración simbólica de fuerza, de haber llegado para quedarse, para hacer las cosas a su manera, así las circunstancias históricas y los desenlaces fueran diferentes para mexicanos y cubanos.
Así soñaron hacerlo el papá de la senadora Pizarro, el presidente Gustavo Petro y los demás cabecillas y terroristas que durante más de quince años secuestraron, robaron y asesinaron a colombianos del mismo ´pueblo´ que eufemísticamente decían defender, al igual que lo proclamaban en cada arenga Castro, Zapata y Villa, lo mismo que tantos otros criminales lo han pregonado a lo largo de los tiempos alrededor del mundo, justificando el asesinato y el terror sobre el ´pueblo´ por el que dicen luchar, buscando el poder asesinando a soldados, campesinos, empresarios, políticos y todo aquel que se atraviese a sus más procaces objetivos para acceder al poder -por supuesto todos sin distingo alguno miembros del ´pueblo’- para luego, una vez sentados en los solios de gobierno, a través de juicios sumarios condenar a muerte a todos quienes tuvieran algún respaldo o participación en el gobierno que acababan de derrocar por la fuerza.
Claro, sería más fácil. Serían muchos los muertos, pero permitiría esa vía llegar al poder a imponer las condiciones, las que darían lugar a alcanzar los resultados que estos ´revolucionarios´ juraron conseguir para devolverle al ´pueblo´ lo que les fue negado, en una narrativa que enamoraba a muchos con pregones de justicia, de equidad y de ´poder popular´ con los que hacían soñar a los menos favorecidos, que evidentemente existían -y siguen existiendo- y esperaban en esas promesas mejorar sus condiciones de vida. Pero se equivocaban todos, los ´revolucionarios´ en sus métodos de terror y crimen y los seguidores por la inocente esperanza en las promesas que luego vieron incumplidas, evidenciándose que eran peores las dictaduras que se imponían a costo de la sangre de los pueblos, con las revoluciones que presumían su liberación, que aquellas que los tenían sometidos, como un maquiavélico juego de apuesta en donde con cara pierde el pueblo y con sello también. Así, cuando alguien exprese su intención de luchar por el pueblo, desde cualquier orilla ideológica, el pueblo debe saber que lo más seguro es que va a perder.
Por ello, al darse cuenta el M-19, al igual que otros tantos incluidas las FARC de otrora, que el poder por la vía de las armas en el punto histórico que lo pretendían les sería imposible, se jugaron por negociar acuerdos de paz. Los del ´EME´ obtuvieron logros excesivos a su limitado poder de terror, pues no eran la guerrilla más grande, ni la más extendida, pero si la más ´bullosa´, la de actos más espectaculares y que por una razón bastante contradictoria era la que tenía más aceptación y hasta perversa fascinación en la sociedad colombiana despertaba, al provenir sus cabecillas de los círculos de la oligarquía, como si fuera una guerrilla de ricos arrepentidos que querían dar al ´pueblo´ algo de lo que ellos tenían. Y era que en imagen y discurso había un enorme abismo entre Carlos Pizarro y Manuel Marulanda Vélez, el primero dedicado a cultivar su urbana imagen de ídolo revolucionario -comandante ´papito´ le llegaron a decir a este criminal-, mientras que el campesino petiso y regordete daba para ser apenas ´Tirofijo´. Por eso el M-19 obtuvo demasiado, hicieron parte del rediseño del estado como constituyentes, si tener que dar a cambio nada de verdad, justicia y reparación.
Pero no se pudo por esa vía, la de llegar al poder sobre pilas de cadáveres. Finalmente, además como demostración que era la democracia la vía correcta, esta ´Revolución´ llegó al poder, dando pasos concretos que permitieron que los antiguos criminales del M-19 se hicieran a cargos de elección popular en alcaldías y gobernaciones -en muchos casos con muy buen desempeño y resultados- y del congreso, a donde curiosamente las FARC solo podrían llegar años después por la vía de cupos preestablecidos, pues estaba claro que por la vía democrática les sería imposible, al ser abiertamente despreciados por la sociedad colombiana. Pero a la larga tuvo el M-19 presidente, arropado sobre las banderas progresistas -porque ser izquierda es ser comunista en nuestro contexto y esto no vende-, pero se encontró el exalcalde de Bogotá con una realidad que superaba por cien las ´limitaciones´ que en la capital tuvo en su pobre mandato. Ser presidente de esta nación implicaba tener reflectores más potentes, intereses más altos y articulación con poderes más compleja y para esto no estaba preparado, no tiene la capacidad.
El presidente Gustavo Petro esperaba en cambio que su investidura obligaría a que todos le hicieran caso, que solo hacía falta que el mandatario expusiera sus ideas, los bocetos delineados con el lápiz de carboncillo que ahora esgrime como su símbolo -lo que antes fue un fusil-, en procura de hacer realidad sus más febriles sueños, todos loables por supuesto: salud, pensiones, justicia social, equidad, paz o educación, sin reparar que los vacíos en cada una de esas dimensiones sociales no existen por imposición de la ´oligarquía´ – el mismo enemigo que como guerrillero declaraba-, sino por que son dimensiones que hay que trabajar y para las cuales debe generarse previamente riqueza, para que sea esta la verdadera motora de la igualdad, de la materialización de los derechos, de la financiación de las causas sociales, como hoy lo tienen sin objeción alguna gobiernos socialistas como los de Noruega, Dinamarca, Finlandia, Islandia y Suecia, no por ser de izquierda sino por su inmensa riqueza.
Más no fue así. El presidente Petro se encargó de gobernar a través del ´discurso populista´, con el que se mueven las masas sobre la esperanza de las necesidades, sin gestionar los mecanismos democráticos para cumplir los ´cambios´ prometidos. Tuvo un inicio fulgurante en su mandato con la consolidación de una coalición de gobierno que le aprobó la hoja de ruta y los recursos, un plan de desarrollo que contenía los postulados progresistas en toda su dimensión y un presupuesto que lo financiaba. Pero le quedó grande al presidente, pues mientras todos esperaban que dirigiera los destinos de la nación sobre lo planeado, él se demoró, no armó el equipo idóneo que permitiera edificar su mandato y en cambio destruyó la sólida base que le permitió Roy Barreras antes de su salida del congreso y de la escena política pública. Se dio cuenta que en su revolución incluyo a gente que no estaba allí para hacer caso, deshaciéndose por ello de los Gaviria, las López Montaño y de los Ocampo, a quienes él mismo había llevado a sus filas, pero ellos se empeñaban en advertir los caminos peligrosos que el presidente se obcecaba a recorrer, mostrando en cambio aquellos que serían más prudentes y efectivos, pero eso no era lo que quería el presidente.
Entonces el presidente se volvió a plegar a sus orígenes revolucionarios y rearmó sus fuerzas con leales, con personajes cuya única competencia apreciable fuera la obediencia, no haría falta tener el conocimiento y la experiencia para asumir las más sensibles responsabilidades del estado, solo se demandaba de ellos su disposición a inmolarse, a dejar su sangre regada en el campo de batalla para alcanzar sus objetivos, como en la guerra, en donde alguien en algún momento debía hacer el sacrificio, como lo hizo Villa en la toma de Celaya en abril de 1915, en donde mandó a la muerte a todo su Ejército del Norte y con ello él también cayó en desgracia. Y esa misma mala práctica -porque ni estrategia ni táctica es- la está usando el presidente con sus coroneles y ellos lo replican con sus capitanes y sus sargentos, enviándolos a caer bajo las fauces de los entes de control, de la justicia, por hacer caso, como si la magnanimidad del presidente tuviera un manto protector que los liberará a futuro de los procesos administrativos, disciplinarios y penales que van a enfrentar y por los cuales van a responder.
Ya había sucedido antes, con los Sabas Pretelt, los Bernardo Moreno o los Diego Palacio, flamantes ministro del interior, ministro de salud y secretario general -para citar tres casos que hoy pueden ser premonitorios-, quienes en procura de los más altos fines de su presidente terminaron enjuiciados y condenados, así como muchos otros y sus subalternos en el gobierno Uribe, para que ahora los funcionarios del gabinete y círculo cercano de su más ferviente contradictor, el presidente Gustavo Petro, caigan en el mismo error, el de hacer caso o de asumir iniciativas erradas, como se aprecia en los últimos meses con el canciller Leyva echando por la borda un proceso licitatorio que él mismo armó y tenía ganador, o como Carolina Barbanti del INVIAS, que deshizo el acto administrativo de la prórroga del Muelle 13 en Buenaventura, cinco días después de ella misma haberla autorizado y ahora Luis Carlos Leal, quien como superintendente de salud intervino al menos sin respetar el debido proceso a Sanitas, una EPS privada y a la Nueva EPS, una pública. Los tres, como lo han hecho otros y lo harán muchos más, por cumplirle los deseos más virulentos al presidente.
De ahí que la nueva ´Revolución´ que emprende el presidente acuda a cambiar la constitución, la misma que su movimiento guerrillero inmerecidamente tuvo el privilegio de ayudar a conformar, más no como un objetivo final, sino como un distractor, que permita excusar en el presente y en el futuro su propia incompetencia como gobernante, advirtiendo que el tal ´cambio´ no se dio por culpa del estado mismo, que se opuso con el argumento de la ´democracia y de la ley´ a materializar sus propuestas, sabiendo que hay muchos seguidores que estarán dispuestos creerle y a lo que él disponga, así sea a destruir las ciudades como lo hizo su ´Primera línea´ -de ahí su irracional defensa a estos criminales- o a violar la ley, con funcionarios dispuestos a hacer reformas por las malas, como el mismo presidente lo había advertido, con las mismas palabras que su par, el dictador Nicolás Maduro en Venezuela, dijo iría a sus ilegítimas elecciones sin contendor. Que sepan los funcionarios públicos que sus funciones están escritas y es sobre ellas que van a responder, sean idóneos o no lo sean.
Son entonces los entes de control, las cortes y la administración de justicia los que deben poder el orden en el estado, entendiendo que el presidente no tendrá los arrestos ni los medios para tratar de entronizarse ni de cerrar el legislativo o suspender las cortes, pues para ello están las fuerzas armadas colombianas que no harán caso en un eventual llamado a acabar con el estado de derecho, habiendo demostrado la fuerza pública el mayor de los respetos por la institucionalidad. Pero son ellas las que deben garantizar el no permitir la amenaza de un pueblo en armas, porque este mecanismo no es desconocido para aquellos que han usado las armas en contra del estado, contra su ´pueblo´, como el presidente Petro. Eso sería lo único que le haría falta a su revolución, las armas que él dice jamás apuntarán al pueblo -como también ha jurado otras cosas-. Que el presidente comprenda que aún puede gobernar, que tiene el cargo y los mecanismos democráticos para buscar consensos no ideologizados y responsables, por que de seguir en el camino que está recorriendo las consecuencias pueden ser nefastas para el ´pueblo´ que él dice defender y esto no es lo que se espera del gobierno de la Potencia de la Vida.
El contenido de esta columna representa la opinión del autor, no la posición de ASB RADIO)
Más historias
Concejal Sandra Forero combate y denuncia a los “pinchallantas”
Todo un éxito el Festival Agrocultural del Maíz Seco y Fríjol, en La Culebra
Cuando baja la marea