Autor: Mauricio Delgado
Este 10 de enero en Venezuela
Este 10 de enero, que en pocas horas nos iluminará con su sol, es (¿o era?) la esperanza de todos quienes hemos padecido —y seguimos padeciendo— a los gobiernos de izquierda que han llegado al poder en las naciones latinoamericanas con grandilocuentes propuestas de cambio y progreso, pero que gobernado tan solo han logrado demostrar que sus promesas apenas eran ilusiones y que su cambio prometido no fue y se presagia no será.
Este 10 de enero que se avecina representa (¿o representaba?) el entierro sin honores del “Chavismo” que transformó a Latinoamérica en un campo de pugnas políticas y polarización, en donde la narrativa mentirosa del Socialismo del siglo XXI, pergeñada en el Foro de Sao Paulo y desarrollada por las fuerzas de izquierda en todas las naciones, permitió la llegada al poder de mandatarios que traicionaron las esperanzas del pueblo que decían defender.
Este 10 de enero debería ser el final de ese “Chavismo”, entonces prometedor, que ganó las elecciones presidenciales en Venezuela un 6 de diciembre de 1998, con un locuaz y festivo Hugo Chávez, montado sobre la figura de Simón Bolívar —el más notable de los venezolanos en la historia—, como un vulgar remedo del prócer sudamericano, proclamándose perversamente como el “Libertador”, sin poseer la estatura moral ni el genio del célebre caraqueño.
El “Chavismo” de Hugo Chávez representaba la esperanza de muchos, al entenderse como la solución a la incapacidad de los gobiernos conservadores y de centro que no lograban eliminar la pobreza, la desigualdad y la injusticia, permitiendo a millones de venezolanos inconformes presenciar la llegada de un salvador, de un “Libertador”, como si se estuvieran ante la resurrección de Simón Bolívar, el Bolívar que Chávez pretendía emular.
Pero también estábamos quienes veíamos con preocupación la llegada de un personaje que tenía cercanía ideológica con grupos terroristas, como las FARC en Colombia, en épocas en las que asolaban al país con secuestros extorsivos, con atentados con explosivos y con tomas sangrientas de pequeños poblados, mientras hacían del narcotráfico el motor financiero de su “Lucha revolucionaria”, lucha criminal con la que pretendían subvertir la democracia.
Nadie esperaba que en los estertores del siglo XX el socialismo llegara al poder en una nación en muchos sentidos próspera e inmensamente rica por su petróleo. Nadie esperaba que el sueño de Fidel Castro, este dictador sátrapa que financió, entrenó y protegió a las guerrillas comunistas y terroristas de toda Latinoamérica, se empezara a materializar en un país tan significativo en lo económico y en lo geopolítico como lo era Venezuela.
De hecho, el juramento como presidente de Hugo Chávez, aquel 2 de febrero de 1999, fue la mayor victoria de Castro después su entrada en La Habana en enero de 1959, ganando además un mecenas para el comunismo en la región, dándose inicio a una avanzada política por la vía democrática —en principio encomiable— que avanzó por toda Latinoamérica como un huracán, para unos como vientos de cambio y para otros como el presagio de tormentas y tragedias.
Este auspicio de Chávez y Castro aportó a la llegada de gobiernos de izquierda en la región, con Lula da Silva en Brasil (2003), Evo Morales en Bolivia (2006), Rafael Correa en Ecuador (2007), Daniel Ortega en Nicaragua (2007), Fernando Lugo en Paraguay (2008) y Pepe Mujica en Uruguay (2010), terminando este impuso en 2013 con la muerte de Chávez, no alcanzando a ver en el poder a Michelle Bachelet en Chile (2014), ni a Gustavo Petro en Colombia (2022).
Tampoco pudo saborear las victorias de López Obrador en México en 2019, las de Xiomara Castro en Honduras y Pedro Castillo en Perú en 2021, la de Gabriel Boric en Chile en 2022, ni el retorno al poder de Lula da Silva en Brasil en 2023. Como tampoco fue testigo del nacimiento de los nuevos contrapesos al Socialismo del siglo XXI, figuras de la derecha como Bukele en El Salvador o Milei en la Argentina, con modelos que hoy se propagan por toda Latinoamérica.
Curiosamente ese Socialismo del Siglo XXI promovido por Chávez, que se instaló en Venezuela y se regó por Latinoamérica, construyó sus propias némesis, personajes como Bukele y Milei, hoy estrellas de la política regional, aclamados y alabados en todo el mundo a pesar de sus posturas radicales, las cuales, si bien se precian de contrarias a las de la izquierda y del progresismo, no dejan de ser tan radicales y tan ideologizadas como las que contravienen.
Aun así, gobiernos de izquierda con efectos variopintas. Exitosos como los de Bachelet y Mujica, que no dejaron estelas de odio y produjeron desarrollo. Mediocres como los de Lula da Silva, Morales, Correa y López Obrador, que no quebraron sus naciones, pero las polarizaron. Malos como el de Petro, que está construyendo odio en la sociedad y destruyendo la economía del país. Y dictaduras criminales como la de Ortega, una réplica peor a la del régimen venezolano.
Por ello veíamos con ilusión la llegada de la oposición venezolana unida ese 29 de julio pasado, luego de 25 años de derrotas ante el aparato dictatorial del “Chavismo”, retando a un Maduro con todas las ramas del poder cooptadas, con María Corina Machado vetada como candidata, sin misiones de verificación electoral y sin posibilidad de hacer campaña. A pesar de ello, ganó Edmundo González, triunfo del “Bravo pueblo venezolano” como lo expresa su patriótico himno.
Ese 29 de julio de 2024 ganó sin atenuantes Edmundo González fruto de la fiesta democrática que los venezolanos, aún con la represión del gobierno, vivieron en los meses que antecedieron y en el propio día del sufragio, en una auténtica marcha por la libertad: “¡Muera la opresión! / Compatriotas fieles / la fuerza es la unión” —reza La Marsellesa venezolana—, un triunfo que reconocieron la mayoría de las naciones del planeta, las democracias serias.
Pero Maduro y su caterva corrieron a robarse las elecciones declarando vencedor al dictador, sin consolidación de actas ni de resultados oficiales. No podían. Fue tan estruendosa su derrota que no había como enturbiar las cifras, por ello presurosos dieron la credencial de presidente al ladrón. Y al día siguiente emprendieron la represión contra el pueblo vencedor, con la brutal acción de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, la temida FANB, sobre sus connacionales.
A pocas horas de la llegada de ese anhelado 10 de enero, en el que debe posesionarse Edmundo González, su suerte está escrita. Mientras lo reciben y aclaman en Argentina, Uruguay, Panamá, República Dominicana y en Washington, en donde se reunió con Joe Biden—que ni vale ni aporta— y no recibió de Trump su bendición —la bendición del Diablo—, en Venezuela ponen precio por su cabeza y amenazan con ponerlo preso si pisa su patria.
Este 10 de enero —lo más seguro— Maduro se posesionará, blandiendo su espada, con los vítores de las hordas chavistas pagas o chantajeadas por la dictadura. Pero tal vez haya una última salida y la FANB se subleve y no permita el desafuero al ver al “Bravo pueblo venezolano” resistir: “y si el despotismo / levanta la voz / seguid el ejemplo / que Caracas dio” honrando su himno, honrando a Bolívar, al verdadero “Libertador”. Amanecerá el 11 de enero y lo sabremos.
* El contenido de esta columna representa la opinión del autor, no la posición de ASB RADIO*
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